Ser la hermana mayor y además una latina de primera generación no ha sido fácil. Cuando yo tenía menos de un año, mis padres emigraron a Estados Unidos de Escuinapa, Sinaloa, México, llegando a Boyle Heights, en el Este de Los Ángeles. Todavía recuerdo cuando mi padre y mi hermano menor Abelardo viajaron a Tijuana y que no me permitieron ir. Si iba, no podría regresar, me dijo mi mamá. Pero recién al comenzar la escuela primaria cuando super que yo era una inmigrante indocumentada.
Recientemente, me encontré con publicaciones en TikTok y en otros medios sociales que me han ayudado a sentir mi papel como hija primogénita. Y a menudo, ser la mayor y la primera generación coincide con haber sido la primera de mi familia en todo lo demás. He sido la primera en cursar estudios superiores. La primera en obtener un título universitario. La primera en poder hablar de la salud mental y la primera en tener una familia propia.
No por alardear, pero mi nivel de madurez es mucho más alto que el de mis hermanos menores. La razón es que al crecer mi experiencia de vida fue muy diferente a la de ellos. Hoy tengo 27 años de edad y mis hermanos menores, 24 y 19 años.
Cuando cursaba el primer grado, me sacaron de la clase para recibir tutoría en inglés. Para mí en ese momento era algo normal. En cuarto grado ya había logrado mejorar mi inglés, pero todavía tenía dificultades. Mi maestra la Sra. Aguilar me preguntó si mis padres me ayudarían con mis deberes porque tenía muchos errores. Mis padres no podrían ayudarme en absoluto, porque su idioma principal era el español. Pero me dio vergüenza decirle a la señora Aguilar que yo era la única que hablaba inglés en casa. Tampoco se lo conté a mis padres porque no quería aflijitrlos.

Con mi maestra de primer grado, Ms Guzmán.
En sexto grado y gracias a mi padre, que se había convertido en ciudadano estadounidense, obtuve mi tarjeta de residencia permanente. Fue un momento de alivio. Ya no tendría miedo de ser deportada, separada de mi familia. Y en 2015 me hice ciudadana. Fue crucial, porque me dio todas las oportunidades y privilegios que tengo ahora. Mis dos hermanos, que habían nacido en Los Ángeles, no entendían lo que yo estaba pasando legal y mentalmente.
Uno de mis primeros recuerdos es que como hija mayor tuve que traducir al español para mis padres en todas partes y en cualquier lugar: desde conferencias de maestros hasta supermercados, las oficinas del Departamento de Motores y Vehículos (DMV), notificaciones del tribunal y recibos de compras. Imagínese tratar de explicarles a mis padres los detalles del seguro médico antes de que yo misma entendiese lo que significaba. Era “¿Amairani, qué dice aquí?” y yo lo hacía lo mejor que podía según mis conocimientos y mi comprensión. Según un artículo en Refinery 29, hay en Estados Unidos más de 11 millones de niños que como yo, son los traductores principales en sus familias.

Cada vez que me tomaba una foto, mi madre me hacía posar así.
Muchas veces fui la segunda madre de mis hermanos. A mí acudían para cualquier cosa. Confiaban mucho en mí. Mis padres también. Incluso cuando mis hermanos menores ya podían encargarse de estas responsabilidades, se esperaba que yo los cuidara como la mayor. Lo viví en aquel entonces y lo sigo viviendo en estos días. Mis hermanos todavía dependen de mí para solicitar empleo, solicitar Medi-Cal o en cualquier situación formativa. Yo les insistó que aprendan las cosas por sí mismos porque no siempre estaré ahí para ellos.
Fue difícil cursar mis estudios universitarios por mi cuenta. Tuve que decidir yo sola a qué universidad postularme o como solicitar ayuda financiera. Me sentí sola la mayor parte del tiempo. Yo tenía 17 años y ni siquiera sabía conducir. Aprendí a tomar el autobús desde Pico Rivera hasta el campus universitario de Cal State Los Ángeles. Tuve que aprender cómo acceder a las clases en línea, cómo cambiar de especialización académica, comprar libros usados e incluso cómo solicitar la graduación. Todo eso tuve que hacerlo sola. Pero cuando llegó el momento y mi hermano asistió a la universidad, el proceso fue más fácil para él porque yo sabía las cosas que él tenía que hacer.
Ser la hermana mayor, estudiante de tiempo completo y un trabajo también de tiempo completo fue algo agotador. Sufrí varios colapsos mentales. Sentía que no era lo suficientemente buena. Estaba estresada y abrumada por toda la presión y todas las expectativas que se esperan de una hermana mayor y primera generación.

Con mi hermano menor Abelardo y mi madre Isis.
Según la Asociación Estadounidense de Psicología, las latinas tienen el doble de probabilidades de sufrir depresión en comparación con los hombres latinos, así como con los blancos y los afroamericanos. Contribuyen a esto factores como los valores culturales que una tiene o simplemente tener varios trabajos. En la comunidad latina existe el estigma de que la salud mental no es real. Pero yo sé que es muy real y, como la mayor, quiero dar fin a algunas de estas maldiciones generacionales.
(0) comments
Welcome to the discussion.
Log In
Keep it Clean. Please avoid obscene, vulgar, lewd, racist or sexually-oriented language.
PLEASE TURN OFF YOUR CAPS LOCK.
Don't Threaten. Threats of harming another person will not be tolerated.
Be Truthful. Don't knowingly lie about anyone or anything.
Be Nice. No racism, sexism or any sort of -ism that is degrading to another person.
Be Proactive. Use the 'Report' link on each comment to let us know of abusive posts.
Share with Us. We'd love to hear eyewitness accounts, the history behind an article.