
Participantes en la protesta contra la guerra en Vietnam organizada por el Comité de Moratoria Chicana cruzan un puente peatonal en el norte de Los Ángeles. (Colecciones especiales del Los Angeles Times/Biblioteca de UCLA)
Uno de los períodos más decisivos en la historia de Estados Unidos fue y sigue siendo el fin de la década de 1960. Fue entonces cuando tanto los habitantes afroamericanos de Los Ángeles como los latinos perdieron a sus líderes del movimiento colectivo por los derechos civiles.
En aquellos días, la Moratoria Chicana constituyó un hito histórico para la comunidad latina. Sigue siendo relevante en la actualidad.
Entonces como ahora, dirigentes de la comunidad como Dolores Huerta, cofundadora del sindicato de Campesinos Unidos (en inglés United Farm Workers, conocido por sus siglas, UFW) continúan organizando, orientando y educando a las nuevas generaciones de activistas.
José Ángel Gutiérrez, quien ayudó a establecer el Partido de La Raza Unida, sigue involucrado en la actividad política. Su presencia permite que la lucha por la representación y la equidad continúe. El hecho de que ambos sigan luchando crea un puente entre el pasado y el presente. Nos recuerda que el combate por los derechos de los trabajadores, la reforma migratoria y el empoderamiento político están lejos de terminar. Estos líderes ayudaron a construir las instituciones actuales, promovieron la enseñanza y se dedicaron a defender a la comunidad, cimentando de esta manera sus propios legados. No constituyen reliquias de una era pasada, sino que son fuerzas poderosas que en el día de hoy aún dan forma al futuro del activismo latino.
Como señaló el Los Angeles Times, con motivo de la celebración de los 50 años desde las protestas históricas de 1970, “los acontecimientos y las emociones resultantes de aquel día caótico todavía resuenan en la comunidad latina de Los Ángeles, 50 años después de ocurridos”. Específicamente, la coalición de manifestantes de diversas generaciones estaba en esos momentos creando en la gente la conciencia de que la representación de los latinos en el ejército era desproporcionada y que no sus sacrificios no correspondían a la realidad que vivían las comunidades chicanas y latinas en casa. Fue durante una de las más importantes protestas que resultó asesinado el reportero del Los Angeles Times, Rubén Salazar.
En la actualidad, varias escuelas, parques, un archivo en la USC y el Premio de los Periodistas Latinos de California, CCNMA (Latino Journos of CA), todos llevan el nombre de Rubén Salazar. Su legado tomó forma en dramas de teatro, películas documentales y numerosos testimonios más. Pero debemos seguir contando la historia de Rubén Salazar, porque él fue uno de los pocos periodistas latinos que se levantó directamente contra la injusticia, y que fue asesinado por un agente del Departamento del Sheriff del Condado de Los Ángeles mientras cubría para el diario la protesta en aquel día.
Es necesario enseñar, entender y celebrar en nuestra comunidad el poderoso legado de Rubén Salazar como periodista que abrió nuevos caminos y señaló nuevos rumbos. Su historia ofrece un modelo de cómo confrontar la injusticia con la verdad. En efecto, Salazar usó su plataforma profesional - fue uno de los primeros periodistas mexicano-estadounidenses en cubrir el movimiento chicano desde adentro - para exponer la brutalidad policial, el racismo sistémico y las luchas de los obreros latinos.
Su asesinato en 1970 mientras cubría la Moratoria Nacional Chicana - o lo que algunos llaman el tiroteo deliberado - lo convirtió en un mártir de la libertad de prensa y los derechos civiles. Aquellos de nosotros que protestan en las calles, en nuestras aulas, lugares de trabajo o en nuestros vecindarios, podemos aprender de su valiente compromiso con las historias que narraba, de su comprensión de que los medios de comunicación no son solo una herramienta para la documentación sino un arma contra el olvido y la tergiversación de los hechos. Su obra nos recuerda que el amplificar las voces marginadas es tanto necesario como peligroso a la vez, pero que es algo esencial en la lucha por la justicia.
Humillaron a los manifestantes entonces, y los siguen humillando
Así como la Moratoria Chicana de aquel entonces generó resistencia dentro de la propia comunidad, las protestas de nuestros días contra las políticas de Trump y la amenaza de las deportaciones han dado lugar a críticas provenientes de sectores de latinos conservadores y moderados.
Algunos mexicoamericanos rechazaron en los últimos años de la década de 1960 y los primeros de la de 1970 rechazaron las tácticas radicales del Movimiento Chicano. Prefirieron perseguir la asimilación y cumplir el servicio militar a plegarse a las protestas, porque creían que pintaban a la comunidad como anti estadounidense. De la misma manera, en la actualidad son muchos los críticos latinos que sostienen que las protestas masivas contra las políticas de Trump, como ser la separación familiar y la militarización de la frontera, crean división en lugar de soluciones. Hoy se valen de sus cuentas de memes y podcasts y bailan en la delgada línea que separa el conservadurismo de la identidad.
El American GI Forum, fundado por el Dr. Hector P. García el 26 de marzo de 1948, fue creado para responder a las preocupaciones de los veteranos de guerra méxicoamericanos. Se enfoca en asegurar el cumplimiento de los derechos y beneficios de estos veteranos de guerra a través de canales políticos establecidos. Si bien la labor de la organización en la defensa de los veteranos de guerra mexicano-estadounidenses fue fundamental, no respaldó oficialmente la Moratoria Chicana contra la Guerra de Vietnam.
Muchos de los veteranos de aquel entonces creían que el servicio militar era el camino correcto hacia la integración de los latinos y su integración en la sociedad estadounidense. A la hora de asociarse con protestas contra la guerra se cuidaban de que no los perciban como antipatriotas. Los mismos sentimientos todavía se pueden ver entre los veteranos chicanos.
Otro punto clave de comparación entre entonces y ahora es la mentalidad de “ley y orden” (‘law and order’) que se ha convertido en su propia faceta y fenómeno. Durante la Moratoria Chicana, algunos mexicano-estadounidenses de clase media defendieron las acciones policiales, alegando que los activistas no constituían voces legítimas en favor de la justicia ni que representaban a la comunidad sino que eran agitadores.
De la misma manera, muchos de los conservadores latinos contemporáneos apoyan la aplicación de las leyes fronterizas y critican a los activistas que piden la abolición del ICE. Para ellos, hacer cumplir las leyes de inmigración constituye una parte necesaria de la seguridad nacional del país. Esta división interna refleja una tensión constante entre la protesta como herramienta para la justicia colectiva y la creencia de que los latinos deben centrarse en el éxito de cada uno en lugar de la resistencia como grupo.
Otro problema es la aseveración de que muchos en nuestra comunidad se identifican como “víctimas”, quienes sufren de un "complejo de víctima" hacia nuestra identidad. Para unos, debemos seguir viviendo bajo el disfraz de estar sujetos a ella. Para otros, el hecho de que estamos por debajo de alguien significa que lo deberíamos rechazar por completo.
Para poder seguir adelante, debemos reconocer que hemos heredado una sociedad que nos considera inferiores.
Hoy no somos ni seremos ya nunca más víctimas, pero debemos honrar el hecho de que nuestros antepasados fueron victimizados, y la única forma de hacerlo es reconocer su historia.
Al igual que las protestas actuales por los derechos de los inmigrantes, la Moratoria Chicana nos recuerda que los latinos en Estados Unidos siempre han estado en el centro de la lucha por la justicia, y que nuestra comunidad sigue teniendo las mismas conversaciones por dentro y desde afuera.
Nuestras divisiones internas, tanto las del pasado como las de hoy, nos muestran que la identidad no es un monolito. Tampoco es un bloque de votantes del que se pueda abusar. Nuestra identidad es la consecuencia de nuestra lucha, de nuestra historia y de nuestro poder. Debemos cuestionarnos continuamente a aquel que se refiere a nosotros como si fuésemos una cosa o un ente dividido.
La identidad latina en el sur de California (y en todo el país) no necesita que la confundan ni que la pierdan. Lo que necesita es claridad. Nosotros, la comunidad latina en el sur de California, somos los únicos que podemos determinar cómo hablamos unos acerca de los otros y cómo nos hablamos entre nosotros.
La comunidad necesita reconocer de manera profunda y honesta en dónde estamos, de dónde venimos y hacia dónde queremos ir. Para honrar el pasado, debemos tener presente que no somos la primera generación que se hace estas preguntas. Ni seremos la última.
No tenemos por qué estar de acuerdo entre nosotros en todos los temas. Pero sí tenemos la obligación de comprometernos y de reflexionar. Y debemos negarnos a permitir que se borre nuestra historia.
La cuestión ya no es si luchamos, sino cómo lo hacemos. ¿Seguiremos las huellas de quienes marcharon antes que nosotros, de quienes lo arriesgaron todo en aras de la dignidad y la justicia? ¿O permitiremos que sean otros quienes definan quiénes somos? La respuesta, como siempre, depende de nosotros mismos.
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