Opinion: ¿Por qué sigo votando?

Soy mujer, inmigrante de primera generación. Como tal, nunca di por sentado mi derecho al voto. En 2004, ya convertida en ciudadana estadounidense, estaba ansiosa por participar en mi primera elección. 

Fue un momento de hondo significado, así como la culminación de mi travesía y un testimonio del poder de la democracia. Esperé en la línea con orgullo. Mi boleta, pensaba, no era solo mi voz, sino también la de otras mujeres que representan a niños, inmigrantes y los más vulnerables. Mi voto era el cumplimiento de la promesa de la democracia, una forma de vivir mi  fe. Constituía una llamada por la compasión, la inclusión y el compromiso con el bien común.

En aquel entonces, tenía grandes esperanzas de lo que hubiese podido ser la democracia en Estados Unidos. Me consideré una parte de la tradición de mujeres radicales, las que creen en la justicia, la dignidad y el amor por la humanidad. 

Estas esperanzas, la visión de una mejor democracia, aún arden dentro de mí. Son las que guían mis acciones y las que dan forma a mis creencias.

Hoy, en 2025, esas esperanzas pasan por un examen profundo. Vivimos un clima político turbulento en el que los ataques contra los inmigrantes, las mujeres y la democracia misma, lograron sacudir mi creencia en el sistema en el que cierta vez confié. A pesar de ello, sigo pensando que la democracia no es un proyecto que finaliza en sí mismo. En cambio, constituye un esfuerzo continuo, un camino que debemos seguir construyendo, defendiendo y reinventando juntos. Y yo, me comprometo a llevar esta travesía hasta su final. 

En mi distrito electoral en Riverside se celebrará este mes de agosto una elección especial para llenar una vacante. ¿Votaré? 

Sí, mi voto no es solo un deber cívico. Mi voto es un acto de resistencia, una labor de amor y una expresión de fe, donde se impone la esperanza de un futuro mejor donde los más vulnerables son visibles, participan y son protegidos.